miércoles, 12 de noviembre de 2014

2.7 - El maltrato psicológico por la Dra. Hirigoyen



   "A lo largo de la vida, mantenemos relaciones estimulantes que nos incitan a dar lo mejor de nosotros mismos, pero también mantenemos relaciones que nos desgastan y que pueden terminar por destrozarnos. Mediante un proceso de acoso moral, o de maltrato psicológico, un individuo puede conseguir hacer pedazos a otro. El ensañamiento puede conducir incluso a un verdadero asesinato psíquico. Todos hemos sido testigos de ataques perversos en uno u otro nivel, ya sea en la pareja, en la familia, en la empresa, o en la vida política y social. Sin embargo, parece como si nuestra sociedad no percibiera esa forma de violencia indirecta. Con el pretexto de la tolerancia, nos volvemos indulgentes" 

   "La perversidad no proviene de un trastorno psiquiátrico, sino de una fría racionalidad que se combina con  la incapacidad de considerar a los demás como seres humanos. La mayoría de ellos usa su encanto y sus facultades de adaptación para abrirse camino en la sociedad dejando tras de sí personas heridas y vidas devastadas".
Dra. Hirigoyen

   La Dra. define la perversión como un proceso inconsciente de destrucción formado por acciones hostiles, evidentes u ocultas. Por medio de palabras, aparentemente anodidas, de alusiones, de insinuaciones o de cosas que no se dicen es posible desestabilizar a alguien o incluso destruirlo sin que nadie llegue a intervenir. El agresor se engrandece a costa de rebajar a los demás. Evita así cualquier conflicto interior o estado de ánimo y culpa al otro de lo que no funciona. No se pone en tela de juicio en ningún momento.

   Cada uno de nosotros puede puntualmente utilizar un proceso perverso en un momento de rabia, pero nuestra actitud pasa a un cuestionamiento posterior. El perverso se encuentra fijado permanentemente en ese modo de relacionarse. Estos individuos solo pueden existir si desmontan a alguien, necesitan rebajar a los otros para adquirir una buena autoestima y por tanto el poder, pues están ávidos de admiración y aprobación. No tienen ni compasión ni respeto por los demás. Este tipo de agresión consiste en una intrusión en el territorio psíquico del otro. La doctora insiste en ayudar a las víctimas porque "ellos" se defienden muy bien por sí solos.

   El primer acto del depredador consiste en paralizar a la víctima para que no se puede defender. Por eso, por mucho que la víctima intente comprender qué ocurre, no tiene las herramientas para hacerlo. 

  La perversión seduce, fascina y da miedo. A veces envidiamos a los individuos perversos, pues imaginamos que son portadores de una fuerza superior que les hace siempre ganadores. Saben manipular de un modo natural. Depredación es apropiarse de la vida. 
  
   Con frecuencia los analistas aconsejan a las víctimas que se pregunten en qué medida son responsables de un ataque perverso. Esta teoría psicoanalista no tiene en cuenta el círculo de relaciones de la víctima y la considera una cómplice masoquista. Un persona que ha padecido una agresión psíquica es realmente una víctima y padece una situación de la que no es responsable. 

   Aunque se considere que la conducta del depredador pueda tratarse de un mecanismo de defensa, no le excusa en absoluto. Existen manipulaciones anodinas, pero existen otras que atacan directamente a la identidad de la persona y que son verdaderamente graves. 

   Cuando la víctima de esta violencia acude a un psicoterapeuta individual, no lo hace porque se sienta agredida, lo hace por falta de confianza en sí misma, por estados de depresión... Se puede quejar en algún momento de alguna conducta del depredador pero no tiene conciencia de este acoso y mientras intenta explicarse, tiene la sensación de que se está expresando mal, que está siendo exagerada...Su identidad está alterada. Esta confusión puede incluso hacer olvidar al terapeuta que estamos ante un caso de violencia. 
Esta violencia es un ataque a su identidad porque le priva de toda individualidad. 

   Los pequeños actos perversos son tan cotidianos que parecen normales. Empiezan con una sencilla falta de respeto, una mentira o una manipulación. Luego, si el grupo social no reacciona, estos actos se convierten en verdaderas conductas perversas que tienen graves consecuencias para la víctima. Ante los ojos de los demás puede parecer una relación simétrica.

   En el perverso, cada entonación, cada palabra, cada alusión tiene su importancia. Todos estos detalles tomados aisladamente parece anodinos pero en su conjunto son destructores. Las agresiones son sutiles, no dejan un rastro tangible y los testigos pueden no saber interpretarla. 

  El movimiento perverso se inicia en la pareja, cuando el afecto empieza a faltar o bien cuando existe una proximidad demasiado grande, una proximidad que le da miedo. Entonces lleva a la víctima a una situación de dependencia, aunque a su vez teme que se le aproxime demasiado y le invada. No ama a su víctima, pero la necesita para ser frustrada permanentemente. Paraliza a su pareja, colocándola en una posición de confusión e incertidumbre porque esto le libra de comprometerse en una relación que le da miedo. No quiere que su pareja le invada y le hace padecer lo que él mismo no quiere padecer, ahogándola y manteniéndola a "su disposición".

  En una pareja normal, pueden existir elementos puntuales de dominio, pero en estas relaciones, los ataques subterráneos son sistemáticos. 

 Estos ataques solo son posibles gracias a la excesiva tolerancia de la víctima. En muchas ocasiones la víctima cree que debe aceptar el papel de persona reparadora, una especie de misión por la que uno debería sacrificarse. 

La víctima se da cuenta de que su relación no es normal, pero ya ha perdido todos su puntos de referencia.

Reitera la Dra. que a menudo se niega o se quita importancia a la violencia perversa en la pareja, y se la reduce a una mera relación de dominación. Esto desgraciadamente supone negar la violencia de los ataques y la gravedad de la repercusión psicológica del acoso que se ejerce sobre ella. Poco a poco la víctima va renunciando a su pensamiento propio y a su individualidad para acabar esforzándose permanentemente para agradar al perverso. Le llevará mucho tiempo y ayuda externa darse cuenta que el perverso no quiere una relación de igualdad. Por eso no la comprende, no la apoya, no empatiza con ella....no la AMA.

Tiene la esperanza de que el nudo se deshará y que por fin podrán comunicarse.

Si hubiera sido un monstruo absoluto, sería más fácil, pero hubo un tiempo en que fue encantador y un amante cariñoso y está convencida de que si se comporta de este modo es que está  mal, por lo tanto ella puede cambiarlo. También piensa que está así por su culpa, a él no le gusta que esté depresiva, piensa que no ha sido lo suficientemente seductora... Si la víctima pudiera sentir IRA, todo sería más fácil porque supone aceptar que el otro es agresivo y violento y que ella NO ES CULPABLE.

Cuando la víctima se encuentra con estos estados de choque (actitudes agresivas), le es más fácil negar la realidad y mantenerse a la espera, aunque esto conlleve una gran dosis de sufrimiento. 

Al final la víctima interioriza que: si ella se aleja él la olvida, si la ve deprimida él se enfada, si no se arregla como a él le gusta es que no lo quiere lo suficiente.....Así la víctima acaba perdiendo su espontaneidad, su identidad y pasa a un estado de alerta permanente para no enfadar ni alejar a su verdugo. Siente que no existe para él. Esto no es amor.

La víctima tiene que aceptar que haga lo que haga, no va a cambiar. Por lo tanto, basta con que tenga una imagen suficientemente buena de sí misma, para que las agresiones no pongan en entredicho su identidad. De esta forma, si la víctima deja de temer a su agresor, saldrá de este infernal juego. 

Seguirá

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