No entiendo por más que me afane en comprender, por qué hoy día, no se han estudiado y elaborado aún, las pautas de actuación que detecten el maltrato sutil en los más pequeños, a través del equipo psicológico de los colegios y equipo sanitario y de atención social, de los centros de salud de referencia, de tantos niños y niñas afectados. Niños y niñas en manos de familiares que no son sus padres, del personal de centros de acogida, de la pareja de su padre/madre (madrastras y padrastros)...y hasta incluso de los propios padres, maltratados sutilmente. Detectarlo a tiempo y actuar en consecuencia supone SALVARLES LA VIDA.
Vivir la infancia sin cariño ni aprobación y asustados, ahogando la espontaneidad y las lágrimas, con responsabilidades que no son propias de su edad, proporciona a estas criaturas un dolor y una erosión del yo tan grande, siendo tan pequeños que, cuando llegan a la edad adulta, tengo la sensación de que SIENTEN la vida de otra forma.
La vida les enseña a valorar lo que para otros es obvio, a pararse en lo que otros ignoran, a soñar con el beso, las caricias, el abrazo y las palabras dulces. Escondidos tras la timidez y el miedo, sin la oportunidad de la tranquilidad, la alegría, la espontaneidad...de un niño. No creo que las secuelas, después de haber impedido el sano desarrollo de su personalidad, cuándo somos tan frágiles, puedan sanarse totalmente.
Desarrollan una gran capacidad para detectar si son queridos, odiados o ignorados, porque su prioridad para ellos es el amor. Tienen siempre presente que el cariño desinteresado de una madre o de un padre equilibrados no lo van a tener nunca y ¡cuánto duele!
Y miran a esa madre que besa a su hijo o lo tranquiliza, preguntándose por qué no soy yo ese niño.
Y sueñan despiertos un día y otro y otro y se hace eterna su infancia, porque sueñan con tener esa familia, cuando sean adultos, que nunca han conocido.
Muchas noches de pesadillas: sueñan con demonios y brujas que se llevan su alma.
Son rebeldes o dóciles y de cualquier forma están diciendo: ¡QUIÉREME! ¡NO ME DEJES SOLO/A!
La vida les enseña a valorar lo que para otros es obvio, a pararse en lo que otros ignoran, a soñar con el beso, las caricias, el abrazo y las palabras dulces. Escondidos tras la timidez y el miedo, sin la oportunidad de la tranquilidad, la alegría, la espontaneidad...de un niño. No creo que las secuelas, después de haber impedido el sano desarrollo de su personalidad, cuándo somos tan frágiles, puedan sanarse totalmente.
Desarrollan una gran capacidad para detectar si son queridos, odiados o ignorados, porque su prioridad para ellos es el amor. Tienen siempre presente que el cariño desinteresado de una madre o de un padre equilibrados no lo van a tener nunca y ¡cuánto duele!
Y miran a esa madre que besa a su hijo o lo tranquiliza, preguntándose por qué no soy yo ese niño.
Y sueñan despiertos un día y otro y otro y se hace eterna su infancia, porque sueñan con tener esa familia, cuando sean adultos, que nunca han conocido.
Muchas noches de pesadillas: sueñan con demonios y brujas que se llevan su alma.
Son rebeldes o dóciles y de cualquier forma están diciendo: ¡QUIÉREME! ¡NO ME DEJES SOLO/A!
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